• Sesión 2: La Montaña: Preparándose para Orar

    Comienza esta oración tomando unos momentos para acercarte más profundamente a la quietud

    Comienza esta oración tomando unos momentos para acercarte más profundamente a la quietud, con la ayuda de tu respiración. Es importante que no trates de cambiar su ritmo o su profundidad. Todo lo que tienes que hacer es darle tu atención. Hazlo al inspirar y al espirar. Siente el aire que es llevada a tus pulmones; también siente como ese aire es devuelta a la atmósfera cuando espiras.
    En forma sencilla y calmada, presta atención a las seis próximas respiraciones, Esta vez, presta atención a cómo entra el aire a tu tórax. En hebreo, las palabras para decir “respiración” y “espíritu”, así como en el Espíritu Santo, son una misma palabra “ruach”. Por lo tanto, imagina que inspiras el Espíritu de Dios, y dejando que el centro de tu cuerpo se llene de la calidez y luminosidad del Espíritu.
    Ahora deja que continúe tu respiración en .silencio, pero deja que tu atención se quede con el Espíritu en tu corazón, solo descansando ahí, en ese lugar de quietud.

    Y en ese lugar de silenciosa quietud, presta atención a la Palabra de Dios, mientras llega a ti en las palabras del Evangelio de Mateo… Luego de su lectura, te invitamos a hacer una pausa y a emplear nuestra Lectio Divina como guía para meditarla con más profundidad.

  • Segunda Sesión Lectura: Mateo 17:1-9

    A la vista de ellos su aspecto cambió completamente: su cara brillaba como el sol y su ropa se volvió blanca como la luz.

    Seis días después, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó aparte a un monte alto. A la vista de ellos su aspecto cambió completamente: su cara brillaba como el sol y su ropa se volvió blanca como la luz. En seguida vieron a Moisés y Elías hablando con Jesús.
    Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús: «Señor, ¡qué bueno es que estemos aquí! Si quieres, levantaré aquí tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.»
    Estaba Pedro todavía hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y una voz que salía de la nube dijo: «¡Este es mi Hijo, el Amado; éste es mi Elegido, escúchenlo!»
    Al oír la voz, los discípulos se echaron al suelo, llenos de miedo. Pero Jesús se acercó, los tocó y les dijo: «Levántense, no tengan miedo.» Ellos levantaron los ojos, pero ya no vieron a nadie más que a Jesús. 
     

    Mientras bajaban del monte, Jesús les ordenó: «No hablen a nadie de esta visión hasta que el Hijo del Hombre haya resucitado de entre los muertos.»

  • Reflexión

    En esta sesión, lo acompañamos a subir una montaña

    En la lectura del Evangelio de la sesión de la semana pasada, estábamos con Jesús en el desierto. Él estaba solo, despojado de toda compañía humana. En su soledad, fue probado por el demonio. En esta sesión, lo acompañamos a subir una montaña. Él lleva a tres de sus discípulos, entre los cuales podemos identificar a Pedro, su líder, que recién había dicho que Jesús ers el “Hijo del Dios vivo”. Todos los discípulos habían temblado cundo Jesús, por primera vez, les había anunciado su próximo sufrimiento y muerte, y les había dicho que el hecho de seguirlo a Él significaba que cargarían con la cruz. Los días de la Pasión se acercaban.

    En la cima de la montaña, la figura de Jesús reflejaba la aparición de Dios en el brillo de su rostro y de sus ropas (Exequiel 8:2). No estaba solo. Moisés, el gran legislador, y Elías, el gran profeta, lo acompañaban. Pedro reaccionó como si ya estuvieran en el Cielo, donde, de acuerdo a la creencia popular, los santos vivían en tiendas.

    Pero de inmediato una voz se escuchó, y hablaba sobre Jesús. Él era en verdad el Hijo de Dios, como Pedro había declarado; pero también era aquél cuya voz debía ser obedecida: “Escúchenlo”. Dios habló ahora, no como en el pasado a través de Moisés, sino que ahora por intermedio de Jesús, y los discípuls comprendían que su mensaje era el de la Cruz. Él era el profeta que Dios había prometido a Moisés que lo enviaría, y a quién el pueblo debería escuchar (Deuteronomio18:15).

  • Habla con Dios

    ¿Eres capaz de ver hoy a Jesús, claramente?

    Los discípulos, aterrados, cayeron al suelo, tal como Daniel había hecho cuando escuchó la voz de Dios (Daniel 10:9-10). Jesús se acerco a ellos, como lo haría al final del Evangelio (Mateo 28:18), y los tocó, con palabras de consuelo y aliento. ¿No sientes ningún temor mientas oras hoy? Si lo sientes, toma unos momentos para imaginar a Jesús acercándote a ti con las mismas palabras de consuelo y aliento.

    Ver a Jesús en persona, reconfirmaba a los discípulos que su presencia significaba consuelo, no una amenaza. ¿Eres capaz de ver hoy a Jesús, claramente? ¿Para ver la consuelo que trae? Si esto es difícil para ti en este momento, vuelve al pasaje de la lectura que más llamó tu atención… podrías pedir a Dios que te revele la consuelo que te trae…

    En esta segunda semana de Cuaresma, nos unimos a esos discíulos en la montaña con Jesús, para que podamos caminar con pasos confiados para enfrentar los desafíos que la vida nos presentará.

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