• Sesión 3: El Pozo

    Mientras comienzas este tiempo de oración, presta atención a cualquier sonido que escuches a tu alrededor. Puedes estar en un lugar muy silencioso; sin embargo, siempre habrá algo que puedas escuchar. O puede que haya mucho ruido donde estés, todo el bullicio de cada día. Puedes estar en un lugar muy tranquilo, o sólo puedes apenas escuchar la música que acompaña el tiempo de oración; de todas maneras, siempre podrás escuchar algo. Cualquiera sea lo que te rodea, presta atención a los diferentes sonidos y trata de detectar desde donde vienen.
    Ahora lleva tu atención a tu ser interior, y concéntrate en los sonidos más cerca de ti. Deja ir a los otros – ellos seguirán en la distancia. Pero enfócate en algo que puedas escuchar cerca de ti, en la habitación en que estás, o que venga de algo o de alguien que esté cerca. Presta atención por unos momentos a esos sonidos más cercanos.
    Ahora deja esos sonidos, y deja que ellos también se apaguen en la distancia, y enfócate en tu interior. Encuentra un lugar tranquilo para ti, y por unos minutos sólo descansa ahí, en la quietud del centro de ti mismo.

    Y escucha la voz de Dios que llega a ese espacio de quietud, mientras encuentras a Jesús en el Evangelio de Juan. Luego de la lectura, te invitamos a una pausa y a usar nuestra guía “Lectio Divina” para guiarte en una meditación profunda de la Escritura de hoy.

  • Sesión 3 Lectiura: Juan 4:5-42

    ‘Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿No será éste el Cristo?

    El Señor se enteró de que los fariseos tenían noticias de él; se decía que Jesús bautizaba y atraía más discípulos que Juan, aunque de hecho no bautizaba Jesús, sino sus discípulos.
    Jesús decidió, entonces, abandonar Judea y volvió a Galilea. Para eso tenía que pasar por el país de Samaría, y fue así como llegó a un pueblo de Samaría llamado Sicar, cerca de la tierra que Jacob dio a su hijo José. Allí se encuentra el pozo de Jacob.
    Jesús, cansado por la caminata, se sentó al borde del pozo. Era cerca del mediodía. Fue entonces cuando una mujer samaritana llegó para sacar agua, y Jesús le dijo: «Dame de beber.» Los discípulos se habían ido al pueblo para comprar algo de comer.
    La samaritana le dijo: «¿Cómo tú, que eres judío, me pides de beber a mí, que soy una mujer samaritana?» (Se sabe que los judíos no tratan con los samaritanos). Jesús le dijo: «Si conocieras el don de Dios, si supieras quién es el que te pide de beber, tú misma le pedirías agua viva y él te la daría.»
    Ella le dijo: «Señor, no tienes con qué sacar agua y el pozo es profundo. ¿Dónde vas a conseguir esa agua viva? Nuestro antepasado Jacob nos dio este pozo, del cual bebió él, sus hijos y sus animales; ¿eres acaso más grande que él?»
    Jesús le dijo: «El que beba de esta agua volverá a tener sed, pero el que beba del agua que yo le daré nunca volverá a tener sed. El agua que yo le daré se convertirá en él en un chorro que salta has ta la vida eterna.»
    La mujer le dijo: «Señor, dame de esa agua, y así ya no sufriré la sed ni tendré que volver aquí a sacar agua.» Jesús le dijo: «Vete, llama a tu marido y vuelve acá.» La mujer contestó: «No tengo marido.» Jesús le dijo: «Has dicho bien que no tienes marido, pues has tenido cinco maridos, y el que tienes ahora no es tu marido. En eso has dicho la verdad.»
    La mujer contestó: «Señor, veo que eres profeta. Nuestros padres siempre vinieron a este cerro para adorar a Dios y ustedes, los judíos, ¿no dicen que Jerusalén es el lugar en que se debe adorar a Dios?»
    Jesús le dijo: «Créeme, mujer: Llega la hora en que ustedes adorarán al Padre, pero ya no será “en este cerro” o “en Jerusalén”. Ustedes, los samaritanos, adoran lo que no conocen, mientras que nosotros, los judíos, adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero llega la hora, y ya estamos en ella, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad. Entonces serán verdaderos adoradores del Padre, tal como él mismo los quiere. Dios es espíritu, y los que lo adoran deben adorarlo en espíritu y en verdad.»
    La mujer le dijo: «Yo sé que el Mesías (que es el Cristo), está por venir; cuando venga nos enseñará todo.» Jesús le dijo: «Ese soy yo, el que habla contigo.»
    En aquel momento llegaron los discípulos y se admiraron al verlo hablar con una mujer. Pero ninguno le preguntó qué quería ni de qué hablaba con ella. La mujer dejó allí el cántaro y corrió al pueblo a decir a la gente: «Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿No será éste el Cristo?» Salieron, pues, del pueblo y fueron a verlo.
    Mientras tanto los discípulos le insistían: «Maestro, come.» Pero él les contestó: «El alimento que debo comer, ustedes no lo conocen.» Y se preguntaban si alguien le habría traído de comer. Jesús les dijo: «Mi alimento es hacer la voluntad de aquel que me ha enviado y llevar a cabo su obra. Ustedes dicen: “dentro de cuatro meses será tiempo de cosechar”. ¿No es verdad? Pues bien, yo les digo: Levanten la vista y miren los campos: ya están amarillentos para la siega. El segador ya recibe su paga y junta el grano para la vida eterna, y con esto el sembrador también participa en la alegría del segador.
    Aquí vale el dicho: Uno es el que siembra y otro el que cosecha. Yo los he enviado a ustedes a cosechar donde otros han trabajado y sufrido. Otros se han fatigado y ustedes se han aprovechado de su trabajo.»

    Muchos samaritanos de aquel pueblo creyeron en él por las palabras de la mujer, que declaraba: «El me ha dicho todo lo que he hecho.» Cuando llegaron los samaritanos donde él, le pidieron que se quedara con ellos. Y se quedó allí dos días. Muchos más creyeron al oír su palabra, y decían a la mujer: «Ya no creemos por lo que tú has contado. Nosotros mismos lo hemos escuchado y sabemos que éste es verdaderamente el Salvador del mundo.»

  • Reflexión

    En la lectura de esta semana, nos encontramos con Jesús en un pozo de Samaria. Él está siguiendo la misión que le encomendó su Padre; su comida era “hacer la voluntad de aquél que le había enviado”, Él está cansado y sediento. Se encuentra en un lugar extranjero y hostil porque “los judíos no tratan con los samaritanos”. Es la hora más calurosa del día, la hora sexta, la misma hora en que Pilato lo entregaría para ser crucificado (Juan 19:14)
    En el pozo, Jesús se encuentra con una mujer. No conocemos su nombre. Ella llegó sola, sin la compañía de otras mujeres del pueblo. Ella no acepta el pedido de Jesús para beber agua. Pero Jesús insiste y le dice que tiene un obsequio para ella, “agua viva”. En este Evangeio de Juan, esto significa ya sea la enseñanza que Jesús debe dar, o el Espíritu Santo, representado por el agua que saldría de su costado una vez que muriera en la Cruz (Juan 7:38; 19:34).

    Gracias a su conversación con esta mujer, ella le pide agua a Jesús. Ella además profundiza su comprensión de esta persona. Él era, en realidad, más importante que “nuestro ancestro Jacob”; Él era un profeta y Él era el Mesías a quien ella y su pueblo estaban esperando. Convencida por Jesús, ella corre a su aldea, y ahora en una misión propia, invita a su pueblo a venir y a conocer a Jesús.

  • Habla con Dios

    Haz una pausa e invita a Jesús, “el Salvador del mundo” a quedarse contigo ahora, en este tiempo de oración…

    Jesús y la mujer son los principales personajes de este relato. Pero no podemos dejar de descartar el papel realizado por los discípulos de Jesús. Su único interés parecía ser la comida. Dejan sólo a Jesús en el pozo, mientras se van a comprar comida, y al regreso, desean que Jesús coma lo que traían. Nosotros a menudo nos preocupamos de las cosas físicas de este mundo… Mientras oras sobre la lectura de hoy, ha habido distracciones, algo físico que llama tu atención? Podrías querer nombrarlas, y luego dejarlas ir…
    Los otros personajes del relato son la gente del pueblo. Ellos invitan a Jesús a quedarse con ellos, y están tan fascinados de lo que Él les va a decir, que le dicen a la mujer que ya no la necesitan. Para ellos Él es “el Salvador del mundo”. Haz una pausa, e invita a Jesús, “el Salvador del mundo” a quedarse contigo ahora, durante tus oraciones…

    Al completar nuestra tercera sesión, podríamos abrir nuestros corazones a Jesús, que está aún en su misión en nuestro mundo. Demos la bienvenida al agua viva que Él nos ofrece, en su Palabra y en su Sacramento.

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